miércoles, 8 de agosto de 2007

sonrisa


Aun recuerdo como si fuera ayer aquella fría noche de invierno cuando, descalza en la azotea, mirando la luna que brillaba tan radiante y con el rostro cubierto por las lágrimas me juré a mí misma que jamás volvería a enamorarme...
Una y otra vez me repetí que no debía volver a confiar en los hombres, que no todos son iguales, algunos son peores. Fueron muchos meses los que pasé encerrada en mi alcoba intentando matar todos y cada uno de los recuerdos que tan sádicamente me acosaban. Miles de veces lo maldije por haberme congelado el corazón.
Y es que, cuando una tiene el corazón congelado, no se puede sentir nada; ni dolor, ni nada... sólo un enorme ardor que ni las lágrimas calman. Y aunque las lágrimas lo calmaran, éstas se me terminaron aquella gélida noche de diciembre.
Pero ahora... precisamente hoy, al levantarme de la cama y mirarme en el espejo con esta sonrisilla pícara y absurda que se ha apoderado de mi rostro desde hace semanas, pude comprender al fin la razón de aquel adios. Pude comprender que sí, que mis lágrimas se terminaron y que a partir de ahora no habrá en mi vida más que sonrisas de felicidad.
Ahora que puedo mirarme al espejo y encontrarme cara a cara con la mujer más feliz y radiante que haya existido jamás; ahora que puedo ver caer la noche y estar tan segura de que para nosotros apenas comienza a amanecer; ahora que puedo despertar todas las mañanas en tus brazos; justamente ahora puedo asegurar que, si lo tuviera enfrente, no podría más que agradecerle a la vida por haber permitido que todo ésto pasara.
No tengo palabras suficientes para expresar todo lo que tú me haces sentir; es toda una mescla extraña entre una cama de nubes y un montón de mariposas revoloteando en mi barriga; es mucho más de lo que yo misma puedo reconocer... es simplemente amor. Puro amor.

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